jueves, 8 de diciembre de 2011

María, una mujer escogida por Dios para ser madre


Rev. Rubén Concepción

La Biblia distingue a muchas mujeres valientes, capacitadas, generosas, humildes, abnegadas y de fe. Entre todas ellas resalta a María. Si bien nosotros no la idolatramos, ni le damos culto, ni adoración, reconocemos que Dios puso los ojos en ella para cumplir el más grandioso de los planes jamás ideados por Él: la redención de la raza humana.

“María dijo: He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra… Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación a los que le temen”, Lucas 1:38, 46-50.

María fue una mujer escogida por Dios para ser madre. En efecto, aquella doncella hebrea reunía cualidades hermosas que hicieron que el Señor se fijara en ella para llevar a cabo el gran misterio de la encarnación de Jesús. Entre otras resaltan: 1) su humildad y su disposición para el servicio; 2) su fe y piedad; 3) su capacidad para guardar secretos; 4) y su fidelidad.

La mujer que en su vida tiene la oportunidad de ser madre goza de un gran privilegio. Ser madre no significa estar cargando un bulto o un objeto cualquiera en su seno, sino abrigar a un ser viviente que piensa, que razona, que tiene emociones y sentimientos, el cual permitirá que perdure la raza humana hasta que Cristo regrese a la tierra. De importancia crucial es, pues, que la mujer sea consciente de que el privilegio y el honor de dar la vida a otro ser humano provienen directamente de Dios.

Por desgracia, hay mujeres que no valorizan el don divino de ser madres, y como no lo hacen, el hijo viene a convertirse para ellas en una carga, en algo molestoso, de lo cual pueden disponer a su antojo, y hasta decidir la vida o la muerte sobre él.

1.- María, una mujer humilde

Nuestra sociedad del siglo XXI se ha caracterizado por el aumento vertiginoso de los embarazos frutos del sexo prematrimonial. Hoy día, el caso de María hubiese sido, por ende, “uno entre tantos más”. Sin embargo, a pesar de su banalización, el embarazo de las jóvenes solteras pone abruptamente el punto final a la infancia y a la inocencia, para marcar el inicio de las responsabilidades de una mujer adulta.

En lo que atañe a María, ella nunca había conocido varón y, en su tiempo, quedarse embarazada fuera del matrimonio era considerado como un delito digno de muerte. María sabía, pues, que exponía su vida al aceptar llevar en su seno lo que parecería el fruto de la fornicación, y todavía más al estar desposada con José. No obstante, son hermosas las palabras que pronunció aquella joven, cuando recibió el mensaje del ángel Gabriel: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38).

Para desempeñar la función de madre, es menester que la mujer entienda que ante todas las cosas, ella es una sierva del Señor. Sin duda, es triste cuando un hijo es menospreciado, pero también es de lamentar cuando una madre lo idolatra. Este tipo de madre levanta los hijos que no tienen fuerzas para enfrentar las cosas arduas que acarrean la vida.

Ser madre estriba en una responsabilidad que Dios, personalmente, le entrega a la mujer. Esta, a su vez, ha de pedirle al Señor sabiduría, madurez y fortaleza para cumplir lo mejor posible con dicha responsabilidad. Cuando recibió la noticia de que quedaría embarazada, María le pidió a Dios que todas las cosas se encaminaran según su Palabra. Y, definitivamente, criar a nuestros hijos bajo la guía divina es la mejor herencia que podemos dejarles.

2.- María, una mujer de fe y de piedad

María confiaba totalmente en Dios, y por eso aceptó el reto de llevar en su seno al Creador. Asimismo, para ser madre, una mujer tiene que aceptar desempeñar esta función, porque de no hacerlo, siempre verá al niño como un estorbo en su vida, como un enemigo que le roba su tiempo y espacio.

Aquella joven entendió que Dios la había mirado con ojos de misericordia, y que ser la madre del Mesías haría de ella una mujer bienaventurada entre todas las generaciones pasadas o futuras (Lucas 1:48). Cuando una mujer no ve el hecho de tener un hijo como una bienaventuranza, será incapaz de cumplir con su deber maternal, con ese amor especial con el cual Dios quiere que lo haga. En efecto, sólo una madre es capaz de transmitir la ternura, el cariño y la bondad que emanan del Creador del universo; y esto es lo que hace de nuestras madres unos seres especiales e inolvidables.

En ciertas circunstancias, la rebeldía de los jóvenes se explica por el hecho de que nunca han conocido el calor de una madre. Al haber derrumbado los pilares de la familia tal y como Dios los estableciera desde el libro de Génesis, esos niños han tenido una casa y han compartido un mismo techo que sus progenitores, pero esa casa nunca fue un hogar para ellos. Nunca han experimentado el amor, y nunca se han sentido bienvenidos ¿Sabía usted que se ha probado científicamente que desde el vientre de su madre, el percibe los sentimientos y las emociones que éste genera en ella?

Madre cristiana, la oración es buena e indispensable, pero también lo es detenerse en sus quehaceres para compartir con sus hijos, para hacerles sentir que son importantes y queridos.

3.- María, una mujer de confianza

Me llama la atención que, en distintas partes de los Evangelios, se repite esta frase: “Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lucas 2:51). En el corazón de María siempre hubo una disponibilidad espiritual para el servicio, y ella supo guardar en secreto todo lo que el ángel le había revelado con respecto a Jesús y su misión mesiánica antes de que naciera.

Desde el nacimiento de Cristo, María supo también que tendría que experimentar, como madre, un dolor inmenso. En efecto, cuando María y José llevaron a Jesús al templo, para que fuera circuncidado, Simeón le profetizó: “Y una espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35).

¿Cuántas madres, como María, abrigan tristezas profundas en sus corazones? ¿Cuántas madres mantienen ciertas cosas negativas encerradas bajo llave en el secreto de su corazón, unas cosas que las hieren y las martirizan?

Amados lectores, muy a menudo, el cristiano percibe la experiencia de la cruz como algo solamente espiritual. Sin embargo, tampoco podemos olvidar ni descartar los fortísimos sentimientos humanos que allí estaban involucrados.

Como se sabe, las madres desarrollan un poderoso instinto de protección para con sus hijos. María, como madre, sabía qué pasaría con Jesús y, seguramente, sentía tristeza al pensarlo. Sin embargo, ella nunca permitió que sus sentimientos maternales interfirieran en el transcurso del plan de Dios.

María tenía una confianza maternal en Cristo, y esto lo demuestra su actuación en las bodas de Caná. Ella no fue a Jesús pensando que Él haría un milagro, sino como una madre que ve las capacidades y los talentos de su hijo. María puso, pues, toda su confianza en Jesús, sabiendo que Él era capaz de ayudarla en aquella situación, que no le fallaría, y que sabría hacer lo correcto. Por este motivo, ella dijo a los siervos que atendían a los comensales de la boda: “Haced todo lo que os dijere” (Juan 2:5).

Ahora bien, ¿confía usted también, como María, en sus hijos adultos? ¿Es capaz de aceptar que ellos son capaces de ayudarlo a resolver algún problema? María confiaba completamente en Jesús. Ella le había enseñado bien, le había inculcado principios morales sólidos, y por eso sabía que Él no dañaría nunca su testimonio ni tampoco traería la deshonra a su casa. Es menester concienciarnos de que los principios y los valores fundamentales de la vida se enseñan principalmente en el hogar, no en la iglesia ni en la escuela.

4.- María, una mujer fiel

Es revelador, en cuanto al carácter fiel de María, el versículo siguiente: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena” (Juan 19:25). En medio de tanto dolor y sufrimiento, la madre de Jesús estaba al pie de la cruz, apoyando a Jesús como una madre apoya a su hijo. El apóstol Juan analizó muy bien la escena, y no visualizó a María como una mediadora en el plan de la redención que se estaba cumpliendo en aquel momento, sino que le prestó atención a la entrañable relación filial que existía entre ambos.

¿Qué representa la cruz? Sufrimiento, padecimiento, sangre, golpes, torturas, burlas, crisis física y emocional. Asimismo, hoy en día nos encontramos en un estado de crisis gravísimo, lo que está causando graves estragos en la juventud e incluso, en la juventud de las iglesias.

Jesús sabía a qué había venido, y por qué estaba muriendo en la cruz; pero también era consciente de su responsabilidad filial, y por ende, no perdió nunca de vista sus emociones y sus sentimientos. Dice el Evangelio según San Juan: “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:26-27).

En medio de su cruel agonía, y sabiendo que pronto partiría de este mundo y que sería glorificado, Jesús puso la mirada cariñosa de un hijo en María. Cuán hermoso es constatar que, el Hijo de Dios estaba preocupado por el bienestar futuro de aquella quien fuera su madre en la tierra. Él no la quiso abandonar ni entregarla en manos de cualquiera. Así pues, la confió al apóstol Juan, que era su discípulo amado.

¿Qué vio Jesús en Juan, para poner la vida de su madre en sus manos? Simple y llanamente, que éste tenía todas las cualidades de un buen hijo, y que sería capaz de amar y de cuidar a María como a una madre. Juan accedió a la petición de Cristo, y a partir de aquel momento, veló sobre el bienestar de María como si ella hubiese sido su madre biológica. “El discípulo la recibió en su casa” ¡Qué frase más hermosa! La misma denota que María se sintió bienvenida en la casa de Juan, hasta el día cuando partió de este mundo para volver a encontrarse con Cristo en el cielo.

Conclusión

Es menester crear conciencia, y que aprendamos a valorizar a las que son nuestras madres. Cristo supo valorar a la suya hasta su partida de esta tierra. El Maestro, una y otra vez, nos ha dejado trazadas sus huellas para que las sigamos. María es una fuente de inspiración para todos nosotros: estuvo al pie de la cruz, cuando todos los amigos y los discípulos de Jesús lo habían abandonado. María fue una mujer valiente, fiel, dispuesta, reservada, llena de fe y de piedad. Imitémosla en esas cualidades tan hermosas.

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