viernes, 18 de noviembre de 2011

Aceptando la Voluntad de Dios o la nuestra



Rev. Gustavo Martínez Garavito

“No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”, Juan 5:30.

Hay una lucha en la vida de todo creyente, si aceptar la voluntad de Dios o la suya. El Señor Jesucristo fue muy enfático cuando dijo que nadie “puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro” (Mateo 6:24). Hay una tendencia a hacer lo que nos parece, lo que nos provoca, esto es la voluntad del hombre. En la actualidad se está viviendo tiempos de crisis espiritual, de entretenimiento religioso. Cada uno piensa en su porvenir, en su bienestar, y creyendo que eso es lo más importante para ellos.

El pueblo que no es espiritual no agrada ni hace la voluntad de Dios, dicen que más bien es un tema muy anticuado, de mal gusto y que además son libres de pensar, de actuar, que nadie tiene porque intervenir en su vida. Ellos dicen: “Yo hago como quiero, yo voy al templo cuando a mí se me antoja,… yo no soy un hipócrita...”. Ellos creen ser buenos y que pueden justificar cualquier acto de desobediencia; también piensan que la voluntad de Dios es esclavizante, que es difícil de hacer y de entender.

Amado lector, este tema es de mucha importancia y vital para poder agradar a Dios. El que no obedece y acepta la voluntad de Dios no es apto, no es digno del Señor. Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). El hacer la voluntad de Dios es muy importante y está por encima de todas las exigencias que se puedan realizar, recuerden que Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo…”, Lucas 9:23. “Si alguno quiere”, quiere decir que esta no es una obligación, esto es un acto voluntario.

Si alguno quiere ser cristiano, significa estar de acuerdo con Dios, significa dejar de ser uno mismo, significa morir a nuestro yo. Juan el Bautista dijo: “Es necesario que él crezca, pero yo mengüe”, Juan 3:30. El apóstol Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, Gálatas 2:20. Lamentablemente la iglesia y a los que Dios ha llamado están entretenidos en medio de sus negocios, metidos donde Dios no los ha puesto, ellos no quieren involucrarse ni comprometerse con Dios.

Estos no están haciendo un trabajo adecuado, el pastor no hace nada, prácticamente ni visita a las vidas, se limita simplemente a llegar al culto y a veces ni él es el que predica; por eso las congregaciones no crecen. También hay obreros que no han renunciado ni siquiera al trabajo, viven atados a la comodidad; mientras las almas se pierden, mientras el pecado y el materialismo crecen.

A veces decimos: “¡Señor, yo quiero hacer tu voluntad!” Una cosa es querer y otra es el hacer, pero cuando uno dice “voy hacer tu voluntad”, está diciendo: “Voy a negarme, voy a ponerle pie a mis planes, a mis comodidades, a lo que sea, y voy a dejar que Dios me gobierne, estoy dispuesto a ser despreciado, no importa el precio, voy a obedecer…”. Amados, los falsos predicadores se han dedicado a presentar únicamente el lado de la prosperidad, el lado de la bendición, el lado de lo bueno pero no le hablan al pueblo del lado del sufrimiento.

Hay que ser espirituales para poder entender la voluntad de Dios, en 1 Corintios 2:14, leemos: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. Para muchos esto es una locura, ellos dicen así: “¿Cómo dejar el trabajo, cómo dejar la comodidad, dejar la buena casa, dejar la buena comida, dejar el buen auto?”.

No podemos aceptar la voluntad de Dios hasta que no muera toda nuestra voluntad, por eso el Señor dijo: “¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” (Lucas 14:28). Quien queriendo agradar a Dios, quien queriendo estar en el secreto de Dios, quien realmente quiere vivir en el Espíritu no considera y piensa que a Dios no se le puede servir de cualquier manera.

Estamos en una época donde los predicadores no son capaces de presentar la Palabra de verdad, no quieren que nadie les diga nada, quieren ser amigos de todo el mundo y tener las puertas abiertas en todo lugar y por eso se dedican solamente a traer un mensaje que ilusiona a muchos, que los hace sentir que son hijos del rey y que están ya tocando las puertas del cielo. Estos no han renunciado a sus pecados y deseos, y sabemos que debemos seguir la “santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).

A veces se ve gente en los retiros espirituales brincando, saltando y qué júbilo. Pero siguen iguales de indiferentes, de carnales, de mundanos. Incluso el líder vive conforme con los pocos que tiene; pero no pasa noches enteras ni semanas enteras en oración y ayuno clamando a Dios, por eso es que no pasa nada, porque hay un conformismo, hay una letanía.

Jesús estaba aquí en la tierra para hacer la voluntad del Padre, Él dijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre…”, Juan 5:19. En el Salmo 40:6-8, el salmista expresa y dice: “Sacrificio y ofrenda no te agrada; has abierto mis oídos; holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”.

La epístola a los Hebreos 10:7-9 nos dice: “Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad…”, no dice: Vengo para hacer mí voluntad, sino vengo a hacer tu voluntad…. “como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad…”. Él no vino a agradarse, a que le sirvieran o a usar la iglesia.

Hay líderes que están por los panes y los peces, por los bienes materiales, pero no con el propósito de hacer la voluntad del Padre, no les importan como viva el pueblo y permiten toda clase de mundanalidad, no queriendo incomodarla con tal de tener a la gente que más diezma y ofrenda. Lo que quieren es tener un pueblo que los apaciente, por eso cuando a algún obrero se le habla de moverlo de lugar este se rebela, está pensando en su comodidad, ama el cargo por los beneficios que recibe; mas no es capaz de ejercerlo ni de poner las cosas en el lugar que deben de estar.

En Juan 4:32-34 las Escrituras nos dicen: “Él (Jesús) les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabréis. Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”; y en Hebreos 5:7-10, Cristo el Señor tuvo que enfrentar su propia voluntad, leemos: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído... Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia...”.

La Biblia nos habla en Mateo 26:38-39, cuando Jesús tuvo que enfrentar su propia voluntad, leemos: “Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Él sabía que había venido con una misión, con un propósito; y nadie más podía hacerlo, Él pudo someterse y a hacer exactamente lo que el Padre quería, y por eso pudo decir: “Consumado es”. Él redimió la humanidad, Él se convirtió en el sacrificio aceptable delante del Padre.

Siguiendo con su lucha humana Jesús veía lo que significaba el precio, el dolor, y lo difícil y duro que iba a ser, estaba deseando desistir, buscar otra alternativa si era posible, si hay otra manera, “pero no sea como yo quiero, sino como tú”. El Señor en una ocasión dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62), aquí hay que ir hacia adelante, no importa lo que nos espere allá en el camino, no importa lo que nos depare el mañana, pero este camino es sin retroceso. La Biblia dice: “...y si retrocediere, no agradará a mi alma” (Hebreos 10:38).

Jesús tenía que caminar frente a la muerte, frente al escarnio, a la humillación, a la burla, convertirse en maldición porque estaba escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gálatas 3:13), Él se hizo maldición para liberarnos de la maldición del pecado, sometió su propia voluntad. En el Getsemaní se libró una gran batalla, para rendir su voluntad humana a la voluntad del Padre. Hebreos 12:2-3 nos dice: “...el cual por el gozo puesto delante del Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”.

Aceptó la cruz a pesar de que le escupieron, de que se burlaron, le maldijeron, le azotaron. Menospreció el oprobio, y subió a la cruz como un valiente, y con gozo sabiendo que estaba poniéndole el pie en la cabeza al diablo. En Lucas 14:26 leemos: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Quiere decir que tiene que morir a sus sentimientos, y también hay que renunciar a nuestra propia vida, si es posible renunciar a nuestra propia familia, a nuestras comodidades, eso es lo que el Señor quiere y es lo que tenemos que hacer.

Lucas 14:27, 33 nos dice: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”, “cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”. A veces miramos nuestros intereses y como obreros del Señor le damos más prioridad a la familia que a la obra del Señor, y lo que entra para sustentar la obra la estamos usando para que ellos la disfruten. En el libro de Eclesiastés nos dice que hay que disfrutar de la vida, haga lo que quiera, pero concluye diciendo: “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o mala” (Eclesiastés 12:14); el Señor le pedirá cuentas, un día le van a pasar la factura, le van a demandar por el tiempo, por las fuerzas, por las capacidades, y por todas las oportunidades que se le dio en la vida.

Cristo dijo: “Acordaos de la mujer de Lot” (Lucas 17:32). La mujer de Lot desde el momento que escuchó la orden de salir venía incomoda, venía indispuesta, en el corazón de ella no estaba el someterse a Dios, no estaba el obedecer; hay gente que no le agrada obedecer, ellos no están de acuerdo y van a ir detrás de Lot. Hay mucha gente que está ahí en la Iglesia y que no está más mundana porque se excusan diciendo: “¿Qué van a decir?, me toca estar ahí, por eso me voy a ir para tal Iglesia porque allá me admiten como yo quiera”. Hay esposas e hijos de pastores que están como la mujer de Lot, aparentando obediencia, pero en su corazón no están contentos, no están de acuerdo, en su corazón están protestando, están diciendo: “No me gustó yo esperaba algo distinto, no estoy de acuerdo con la doctrina, no me gusta el fanatismo”.

Esta mujer se quedó convertida en una estatua de sal, y así hay mucha gente ¡que están muertos como una estatua! porque ya no sienten, no tienen vida, se están quedando en el camino y no pueden seguir adelante porque están haciendo su propia voluntad y no agradan a Dios. El Señor dice: “Acordaos de la mujer de Lot”, porque ella quiso hacer su propia voluntad, quería hacer las cosas a la manera de ella, nunca se quiso someter y mire como terminó, muerta, quedó como ejemplo para que todos la vieran y digan: “Aquí quedó una que no quiso hacer la voluntad del Padre y quiso satisfacerse a sí misma”.

Hacer la voluntad de Dios también puede requerir caminar rectamente a la puerta del horno. El libro de Daniel 3:1-23 nos dice: “El rey Nabucodonosor hizo una estatua... Y el pregonero anunciaba en alta voz: Mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas, que al oír... todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro…; y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo… en aquel tiempo algunos varones caldeos vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos. Hablaron y dijeron al rey Nabucodonosor: Rey, para siempre vive… Hay unos varones judíos, los cuales pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos varones, oh rey, no te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado… Al instante fueron traídos estos varones delante del rey.

Habló Nabucodonosor… si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos? Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, y se demudó el aspecto de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego, y ordenó que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado.

Y mandó a hombres muy vigorosos que tenía en su ejército, que atasen... para echarlos en el horno de fuego ardiendo. Entonces estos varones fueron atados con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo. Y como la orden del rey era apremiante, y lo habían calentado mucho, la llama del fuego mató a aquellos que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Y estos tres varones... cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo”.

Eso es hacer la voluntad del Padre, caminar hacia la puerta del horno, sabiendo que allá hay un fuego terrible y que tan pronto entra uno queda totalmente incinerado. A ellos no les importó que los llamaran locos, extremistas, legalistas, anticuados; a ellos no les importó perder las comodidades, no les importó lo que pudiera pensar la gente; a ellos les importó honrar al Padre. Cuando ellos pasaron la puerta del horno, allí el que los esperaba era el Señor en medio del fuego, porque nuestro Dios es fuego, Él es Todopoderoso. El fuego no les quemó ni la ropa, no les quemó la piel ni nada, lo único que se quemó con el fuego fueron sus ataduras.

¡Oye! Si Dios te toca, si el fuego de Dios cae, si entras en el fuego de Dios se quemarán las ataduras y podrás adorar a Dios, podrás darle la gloria. Yo me imagino que allí estaba como si estuviera con aire acondicionado, allí estaba el Hijo de Dios, allí estaba al que ellos habían agradado; el diablo no los pudo destruir ¡el diablo está vencido! El único que será destruido será el carnal, el mundano, el que no se somete, el que anda conforme a su criterio, será víctima del pecado, será víctima del mundo. Si usted se somete a la voluntad del Padre, no importa si lo amenazan, no importa lo que le digan, el diablo no lo podrá destruir.

“Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego?... He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses. Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces… salieron de en medio del fuego… para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían.

Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos… que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios. Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como éste. Entonces el rey engrandeció a Sadrac, Mesac y Abed-nego en la provincia de Babilonia” (Daniel 3:24-30).

Lo que se necesita en esta hora de tanta religiosidad es el fuego de Dios que queme las ataduras de la carnalidad, de la concupiscencia, de la moda, de la pornografía, de la fornicación, del adulterio. Cuando yo me convertí al Señor, comencé a orar y a buscar a Dios; mi madre le decía a otros: “Está bien que se haya convertido, pero yo lo veo mal, ya no piensa en mejorar, ya dejo hasta a la novia, dejó aquello, y ahora está metido en la iglesia a toda hora; yo estoy de acuerdo que se haya convertido, pero no estoy de acuerdo en que se haya consagrado…”. Eso es lo que dice el diablo: “que vaya a la iglesia cuantas veces quiere, si es posible que corra y brinque, que cante la música más mundana… eso sí, ¡cuidado cuando se consagre! mientras no suceda eso quédense tranquilos”.

Estos judíos fueron capaces de demostrarle al Señor que lo amaban por encima de lo que fuera, para ellos la voluntad de Dios estaba muy clara y era no adorar a nadie que no fuera Dios, para ellos lo único que primaba aquí era agradar al Padre, agradar a nuestro Señor, lo demás no tenía ningún significado, abrazaron la voluntad de Dios y no la soltaron.

La mayoría de nosotros tuvimos que aguantar el hambre para levantar la iglesia, tuvimos que dormir en el mismo polvo, Dios nos levantó de la miseria, no teníamos nada, ni siquiera cuando me ponía una corbata porque era prestada, las suelas rotas de mis zapatos le ponía cartones todos los días, nadie me ayudaba con nada, el compañero no tenía para ayudarnos, pero comenzamos a creerle a Dios, a creer que puede levantar mies en el desierto, que Dios hace milagros, que Dios abre puertas, que Dios toca los corazones.

El Señor a través de Isaías se dirige al pueblo de Judá y le dice: “Despierta, despierta… Sacúdete del polvo; levántate y siéntate Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion” (Isaías 52:1-2), ellos ya habían sido libertados, todavía les parecía que el capataz iba detrás de ellos, no sentían la libertad. El Señor les está diciendo: “¡Levántate, abre los ojos, ya no estás en Babilonia, ya estas libre! ¡Quítate las ataduras!”. No se conforme más, renuncie a esa comodidad, ayune, clame; tiene que suceder algo y no sucederá mientras no estén dispuestos a pagar el precio, mientras no estén dispuestos a romper con una cantidad de cosas no verán la gloria de Dios. Es seguro que si alguien está en las manos del Señor, y se ponga a ayunar y a orar y a romper las cadenas del diablo y a predicar la Palabra, algo grande y bueno tendrá que ocurrir.

¿Vamos a hacer la voluntad de Dios o vamos a seguir con nuestra voluntad? Hacer la voluntad nuestra parece mejor porque no tenemos problemas, nadie nos va a rechazar, nadie va a criticarnos, nadie nos va a estorbar; pero si decidimos hacer la voluntad del Padre allí empieza la lucha, va a tener muchos problemas, allí empieza el calvario, allí empieza el horno, allí empieza lo difícil, allí realmente se sabe si seguimos la voluntad de Dios o retrocedemos. Que Dios nos ayude hermano, es libre de escoger hoy a quién servir.

El que no acepta la voluntad de Dios no es apto, no es digno del Señor. Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el  reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. El hacer la voluntad de Dios es muy importante y está por encima de todas las exigencias que se puedan realizar, recuerden que Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo…”.

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