Rev. Álvaro Garavito
Dios pone condiciones en todas las promesas que usted
encontrará a través de las Sagradas Escrituras; pero, sino antes,
después de la promesa, viene la condición, no hay bendición sin
condición.
“Ahora pues, si dieres oído a mi voz, y guardareis mi
pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos;
porque mía es toda la tierra.” Éxodo 19:5.
“Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde
el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto
has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto
te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del
cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia
poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas
las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.” Génesis 22:15-18.
El tiempo que vivamos, oímos muy frecuentemente a las personas
apoderarse de las promesas de Dios, y todos anhelamos esas promesas.
Oímos aun, personas caídas de la gracia, que encontramos en todas partes
y no se les ve ningún tipo de testimonio ni por dentro ni por fuera.
Sin embargo, cuando se les habla, muchos toman el nombre de Dios en
vano.
Dios pone condiciones en todas las miles de promesas que usted
encontrará a través de las Sagradas Escrituras; pero, sino antes,
después de la promesa, viene la condición, no hay bendición sin
condición. Dios tiene en sus manos el poder, Él es el dueño de los
cielos, de la tierra, del mundo, del oro, de la plata, y todo lo que en
existencia hay. Dios tiene la facultad de ejecutar lo que Él quiera,
pero la promesa con la cual el Señor se compromete, es veraz, verdadera y
eficaz, y todo hombre mentiroso. El hombre se caracteriza por la
facilidad de prometer, pero cuando se trata de Dios, las cosas cambian
categóricamente. Cuando Dios promete, su promesa se cumple. Por tanto, “cuando
a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque Él no se complace
en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y
no que prometas y no cumplas.” (Eclesiastés 5:4, 5).
Si el
Señor hiciera la promesa de llenar cierto lugar, la misma conllevara
una condición y un compromiso, porque todos seremos participes de tal
bendición. Si no nos movemos no habrá promesa. Por tanto, las promesas
no se cumplirán si nosotros no cumplimos la condición.
La Palabra comienza diciendo esta frase: “Si diereis oído a mi voz”.
Hay muchas Iglesias, grupos y congregaciones que les gusta oír la
música, las alabanzas y son agradables; pero cuando viene el compromiso
de escuchar la Palabra de Dios, se levantan y se van, pero el Señor
dice: “Si diereis oído a mi voz”. Si oyes
atentamente su voz algo ha de acontecer, si guardamos su Palabra y la
ponemos por obra entonces se cumplirán esas promesas. Satanás que conoce
esto, siempre estorbará para desviar la atención. El compromiso
comienza con la necesidad y la responsabilidad de oír a Dios, sea dura
la voz, sea una orden, una exhortación, una reprensión, hay que estar
dispuestos a oír su voz. La Palabra dice: “exhorta y reprende” (2 Timoteo 4:2; Tito 2:15). Pero las reprensiones no gustan a todo el mundo.
La segunda condición es: Si hicieres todo lo que yo te dijere. Hay
personas que trozan la Palabra, que quitan la condición y añaden la
bendición para ellos, diciendo cosas que Dios no ha dicho. Si usted está
dispuesto a oír la voz de Dios y hacer lo que Él le diga; entonces, se
cumplirá en usted su promesa, no se preocupe de enemigos ni de quién lo
va afligir, porque de ellos se encargará el Señor. En Éxodo 19:5,
leemos: “Ahora pues, si dieres oído a mi voz, y guardareis mi pacto (hay dos condiciones), vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos porque mía es toda la tierra (esta es la promesa)”.
¿Está guardando el pacto, o está echando mano a la promesa, como
robando algo que no nos corresponde? Porque esto nos viene a
corresponder cuando cumplimos la bendición, es cuando podríamos decir
que somos su especial tesoro.
Deuteronomio 28:1 nos dice: “Acontecerá que si oyeres
atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra
todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios
te exaltará sobre todas las naciones de la tierra.” Aquí
se presenta una promesa en cadena, de muchas cosas que Dios promete pero
con fuertes condiciones. Hay personas que han honrado a Dios, que
entraron como conserjes en una empresa, y hoy son gerentes, jefes de
personal que comenzaron limpiando baños en la empresa, ahora son los
jefes, los que tienen 40 o 50 personas bajo su cargo, porque honraron a
Dios, y Él los exaltó poniéndolos por encima de otros.
En Deuteronomio 28:2 leemos: “Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios.”
Mucha gente se ha perdido la bendición de Dios porque no tiene ningún
interés de oír la voz de Dios. Van al templo a dormir, a hablar y a
platicar con otros, hasta dicen chistes mientras el predicador imparte
el mensaje, por tanto, están ahí pero como no están oyendo, la mente
está en otro lugar, la Palabra de Dios no puede producir efectos. Cuando
oímos la Palabra ella produce fe y efectos extraordinarios, todo aquél
que deje de escuchar a Dios la bendición se apartará de él.
Dios le dio la promesa a Abraham, de que Sara concebiría. Y todos
sabemos que a Sara le dio risa, el ángel le reclamó a Abraham. ¿Quién no
se iba a reír si era algo increíble, el que Sara pudiera concebir en su
ancianidad? Pero fue promesa de Dios y así mismo se cumplió,
concibiendo Sara y dando a luz un hijo sano, normal y vigoroso. Y aquel
niño creció y se convirtió en un adolescente. Pero cuando llega el
tiempo del Señor colocar las condiciones para poder cumplir todo lo que
le había prometido a Abraham, las cosas dieron un vuelco. Dios vio que
Abraham había depositado su amor sobre esa criatura, que era
prácticamente su adoración. Y dijo en Génesis 22:2, leemos: “Toma
ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de
Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te
diré.”
En Génesis 22:3 leemos: “Y Abraham se levantó muy de
mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac
su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar
que Dios le dijo.” Estando Abraham en el lugar, no encontraba cordero para el sacrificio, mas dijo: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”
(Génesis 22:8); pero pasó mucho tiempo. El corazón de aquel hombre, la
agonía, la determinación y el compromiso para poderse cumplir las
promesas, dependía en su obediencia. Dios le estaba pidiendo
estrictamente lo que más amaba.
Abraham ató a su hijo de las manos y de los pies, y cuando levantó el cuchillo el ángel de Jehová llamó a Abraham y le dijo: “No
extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya
conozco que temes a Dios… por cuanto has hecho esto, y no me has
rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré
tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a
la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de tus
enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra,
por cuanto obedeciste a mi voz.” (Génesis 22:12-18). Y después de esto Jehová cumplió todas las promesas que dio a Abraham.
Hay que ver la cantidad de gente a la que Dios le ha pedido cosas
fáciles, sencillas y nunca han sido capaces de cumplir, nunca han sido
capaces de despojarse. Y mientras no estén dispuestos a cumplir la
condición Dios no obrará; es por ello que se detiene el ministerio, el
propósito y el cumplimiento de Dios en sus vidas. Porque Dios no
cumplirá la promesa, hasta tanto cumplamos su condición impuesta. Cuando
escuchamos la Palabra de Dios, la misma produce fe y causa efectos
extraordinarios y poderosos transformando todo su ser.
Cuando estamos prestos a oír somos sanados, somos redargüidos, somos
reprendidos, somos libertados, confrontados, sanados, liberados y
levantados. El Señor coloca la condición: “Si diereis oído a mi voz”,
porque Él sabe que el hombre que le oye no va a quedarse igual. Si oyes
atentamente la voz de Dios, algo he de acontecer, y si guardamos la
Palabra; entonces, solo entonces se cumplirán esas promesas, y vendrán
sobre ti esas bendiciones y te alcanzarán.
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